Territorios suavemente ondulados, recién segados.
El territorio cambia con el ciclo estacional: verde, dorado, balas sobre las parcelas, descanso, nieve, verde de nuevo.
Parcelas cultivadas únicamente de cereal.
Las parcelas más lejanas se levantan densas, plantados de arbolado prieto y uniforme de coníferas.
Se crea un paisaje de parcelas bien delimitadas, regulares, estables, de gran poder visual.
Sobre la ondulación del terreno se sitúa capilla del Hermano Klaus, accesible únicamente a pie en un recorrido desde la carretera en suave ascenso. En el acercamiento el visitante ve cómo cambia la silueta de la capilla que se recorta en el paisaje, es un recorrido lleno de matices que crea cierta tensión entre los elementos del lugar. La mirada se recrea en el acercamiento, disfrutando de los cambios que se producen a cada paso.
El terreno asciende delante del visitante ocultando la base de la capilla que no sabe calcular la distancia que debe recorrer para alcanzar su objetivo, la capilla. Únicamente se puede intuir la distancia. Al avanzar, la posición relativa de la masa arbórea cambia, la forma irregular de la capilla y sus ángulos inciertos no ayudan a reconocer su forma exacta. El ojo intenta aproximar su forma a una regular: a un prisma de planta cuadrada o hexagonal pero no lo consigue, cada vez que la distancia se acorta la forma se percibe imprecisa y cambiante; ni siquiera en una situación muy próxima su forma se mantiene estable, más bien al contrario. Su planta informe y ligeramente alargada ofrece al visitante un cambio de apariencia a cada paso, variando su proporción al cambiar la posición en torno a ella. El ojo está acostumbrado a la invariabilidad de los objetos construidos en el paisaje, pero en esta ocasión la sensación de cambio de tamaño y esbeltez es evidente, es real.
Durante la aproximación las figuras de otros visitantes junto a la capilla sirven de unidad de medida, permiten tomar referencia y comprobar su tamaño, pero, de nuevo, su tamaño es desconcertante, a ratos parece que las figuras se tornan gigantes comparados con la capilla y a ratos parecen personajes diminutos.
La capilla muestra una esbeltez distinta a cada mirada, y cada mirada desconcertada se inquieta incapaz de reconocer la forma precisa de la capilla, ni siquiera sabe con certeza su tamaño hasta que está tan próxima que la puede tocar, solo entonces se puede medir su contorno y verificar su forma y tamaño, pero solo entonces la mirada comprende no sirve de nada medir si lo percibido sigue variando.
Al entrar, el viajero sigue mirando con incredulidad, la forma interna de la capilla sigue cambiando a cada paso, un recorrido laberíntico hace perder la noción de espacio, un recorrido mayor que las dimensiones exteriores remiten a la Tardis del doctor Who.
En su corazón se encuentra una única estancia de dimensión mucho menor que su exterior y una altura que no parece corresponder con la altura exterior. En este lugar se tiene la certeza de no dominar las distancias ni las dimensiones de los elementos en el paisaje.
Este paisaje se compone de pocos elementos, reconocibles y muy cotidianos, parcelas densas de coníferas de gran porte, parcelas cultivadas, algún árbol asilado en los bordes de las parcelas, la capilla y los visitantes. Todos los elementos son claramente identificables y únicos, sus bordes son claros. La posición de cada elemento el paisaje invita a la relajación, a un estado de ánimo complaciente y receptivo con la naturaleza, pero al recorrerlo los bordes de los elementos se confunden y las distancias y dimensiones de los elementos parecen alterarse. Estos cambios no consiguen inquietar al paseante, simplemente lo acepta con la curiosidad del viajero que se acerca a una capilla que guarda un misterio.
Paisaje en Wachendorf en torno a la BRUNDER KLAUS CHAPEL.
La capilla es obra de Peter Zumthor.